La sensación de ridículo proviene de una división nuestra; en la mente se da un escenario en el que hay uno que observa y otro que es observado. Se recrea la escena de ser mirado por otro y criticado, una escena que se construye en la experiencia pero que se interioriza. Así, no es necesario que ese otro esté presente para que su efecto inhibitorio se haga efectivo.
El sentimiento de ridículo es producto de una falta de concentración sobre si mismo, sobre los actos que son susceptibles de ser juzgados como ridículos. Pero, viéndolo bien ¿qué es ridículo y que no? Es una convención, pero en el fondo ningún acto es ridículo en sí mismo.
Baila como si nadie te estuviera mirando dice una presentación que circula en internet... Quizá es baila totalmente concentrado en lo que estás haciendo sin distraerte con el juicio del otro presente o el otro interno que te señala. Baile en el aquí y en el ahora.
Hacer el ridículo, por tanto, con total seriedad -entiéndase como coherencia con lo que se está haciendo- puede ser terapéutico, benéfico; aumenta el nivel de conciencia.
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